viernes, 29 de octubre de 2010

La Imagen

Por Javier Pérez de Lema.





Ni "lifting", ni estiramiento de piel, ni cirugía, ni cremas milagrosas. Nada como una buena sesión de Photoshop…



El problema -¿adivinan por dónde voy?- es cuando se les va la mano o el ratón. Y claro, se empiezan a quitar años y arrugas. Más allá de lo surrealista del asunto, la verdad es que tampoco hay para tanta polémica y revuelo como se ha montado. Al menos desde el punto de vista fotográfico.



Las campañas electorales han demostrado ser el mejor banco de pruebas para que los genios del retoque demuestren los milagros que se pueden conseguir mediante curvas, máscaras y tampones de clonar.



Ya hemos hablado en estas líneas de la intrínseca subjetividad que hay detrás de esa supuesta pureza objetiva de la fotografía. Así que no pongamos el grito en el cielo.



O si no que pregunten a los fotógrafos de moda si las modelos tienen unas pieles tan puras y perfectas como las que luego lucen a toda página en el anuncio de turno.



Ni siquiera hace falta ser tan sutiles. Los usuarios de cámaras digitales seguro que tienen la sana costumbre de echar un vistazo a los niveles de la imagen, corregir un poco la exposición… por no hablar de las máscaras de enfoque para las SLR digitales o de los archivos RAW.



Así que, aunque ahora sea portada de los periódicos y recurrente tema de chistes, el asunto es tan viejo como la fotografía.



Así que todas estas artes que nos brinda la fotografía digital no son nada nuevo. Cierto que no son tan románticas como antaño, y que en malas manos pueden ser un auténtico peligro… pero a veces los resultados son tan divertidos como el caso que nos ocupa hoy.



Además, tampoco hay que preocuparse en exceso por la imagen. Afortunadamente, los de la foto también hablan, opinan. Y, que yo sepa, todavía no se ha inventado ninguna versión del Photoshop que permita maquillar el cerebro.

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